miércoles, 24 de febrero de 2010

[El Vasco Aguire y La Farsa]

::por Alejandro Páez Varela::

No me gusta el futbol por muchas razones. Quizás una menor es que crecí en una familia a la que no le interesaba. Eso influye. No lo veo, sin embargo, como la razón fundamental, o no está entre las decisivas: a don Aure, mi padre, le gustaron los toros y me llevó hasta que tuve edad para decirle basta (a los siete años). Cuando encuentro en los diarios las fotos de las corridas veo también las boinas, las botas llenas de vino y los puros y me pregunto cómo me vería allí. Ridículo. No me gustan los toros por la sangre, por la crueldad, por la brutalidad; aún así, por razones sentimentales asocio la fiesta con mi sangre, aunque esa fiesta no tenga nada de chic, o de genético: son orejas, son rabos desprendidos de otro ser vivo; es el lomo sangrando, el dolor, las babas de un animal herido que se queja ante una turba que hace como que celebra su bravía, cuando en realidad celebra su triunfo sobre el más débil.

No me gusta el futbol porque me parece una farsa. Es un gran negocio que esconde intereses rudos, brutales. (No digo que pecaminosos o satánicos: son muy carnales. Lo imagino como la empresa de los diamantes: un anillo de compromiso por lo regular trae sangre). Primero está la explotación de los miles y miles que no son profesionales. Alguien siempre me argumenta que “para muchos pobres, como los brasileños, no hay otra opción de triunfo”. Carajo: como si Brasil no tuviera Petrobras (y discúlpenme que no use un ejemplo mexicano porque Pemex, mientras usted y yo dormíamos, se hundió), su industria petrolera que creció de la nada. La pirámide del éxito en el futbol tiene un ángulo brutalmente agudo, estrecho: muy pocos llegan. Los demás ilusionados deben enfrentar su desilusión tarde que temprano.

No me gusta el futbol porque esas máquinas de músculo, los jugadores, mueven intereses completamente antagónicos a lo que representan como deportistas: la industria del alcohol y el alimento chatarra (refrescos incluidos), qué poco ético, en un país de obesos y alcohólicos. Jugar futbol podrá alejar a los jóvenes de los vicios; pero me queda claro que verlo no. Cada vez que hay juego salen turbas de borrachines de los bares en la colonia en la que vivo. Y no me quejo de los borrachines: por lo regular yo salgo junto con ellos a escandalizar. Señalo la farsa. Los borrachines no se ejercitan, no van sudando junto con los jugadores; sólo sudan al subir dos escalones, o el día en que les da un infarto.

Tengo muchas razones por las que no me gusta el futbol, pero sobre todo, no me gusta porque utiliza el nacionalismo para recabar fondos de las clases desposeídas (qué elegante soy: usa los colores nacionales para joder más a los jodidos). Esos que se envuelven en mi bandera, no me representan. Esos que usan el nombre de mi país, no me representan. Este país lleno de errores, botín de corruptos, injusto, inseguro, tiene muchos errores, sí; y una de las pocas glorias está en su nombre, en su historia, en su bandera: ¿por qué la toman esos, quién les dio permiso? Antes de seguir con el que seguramente calificarán como un arrebato más nacionalista que el de una familia corriendo al Ángel de la Independencia (con el padre, desempleado, lleno de Caguamas en la barriga); antes de que me caigan a palos, debo confesar que cuando veo la selección de Brasil (mantengo el ejemplo) sí me imagino Brasil y los brasileños. Esos pobres de las favelas -me engaño- ya no son pobres: ganan millones, salen por tele y sus apodos terminan en “iño”, que debe significar dinero, felicidad, satisfacción. Pero cuando veo a nuestra selección no me siento representado. ¿Estoy mal? ¿Me sentiría futbolero si la selección nacional fuera mejor? Ahora, ¿cómo nos ven en otros países a partir del equipo en la cancha? ¿A quién le consultaron cuando decidieron que debíamos vernos como se ve nuestra selección?

Debí empezar este artículo pidiéndole que no lo leyera si creía en el futbol (me habría evitado muchas mentadas de madre). Debí decir desde un principio que me faltaría espacio para explicarme. También debí alertar que lo escribí para Javier “El Vasco” Aguirre.

Lo que quiero decirle es que soy nadie para censurarlo, sugerirle de qué hablar cuando lo entrevisten en el extranjero. Me parece que estuvo muy mal si, como se dice, “lo regañaron desde muy arriba” por sus declaraciones: es un mexicano con todos los derechos para decir, como lo hizo, lo que piensa del país: que está jodido, inundado, en guerra, empobrecido, maltratado.

Lo que no creo es que él tenga calidad ética para señalarlo en este momento. Aguirre es parte de la farsa. Come de la farsa, viste de la farsa, fue invitado a la farsa, usa los colores nacionales como farsa. Él sabía, cuando llegó a la selección, que tenía el trabajo del animador oficial número uno: debe animar a “los muchachos”, animar a los jóvenes deportistas, animar a los borrachines de mi barrio, animar el sentimiento por la Nación. Ese es su trabajo, y gritar lo contrario desde el extranjero no le corresponde por razones éticas, aunque tenga el derecho.

Sólo me resta recomendarle a “El Vasco” Aguirre que si ya gritó que se va del país, termine de cerrar la pinza: renuncie a los millones en su contrato y váyase. Y entonces denuncie las condiciones de este país como lo hacemos muchos. De otra forma se verá como un gandaya más, como un exprimidor de mexicanos más. Se queda por la lana y ya; el país (¿y qué no la selección viene implícita?, señor) le maltrata.

No critique a México en su carácter de animador oficial porque traiciona a sus patrones, la gran mayoría culpables de envenenar cuerpo y alma de los mexicanos.

(Ya en las recomendaciones, oiga, ¿no será mucho pedir que cuando empaque sus millones se lleve también la farsa del futbol que tanto le gusta, que tanto defiende, que tanto y tanto le ha dado por muchos, muchos, muchos años? No se preocupe por los borrachines de mi barrio: cuando se trata de medianía -yo sólo observo- cualquier otra selección les es suficiente).

*********************************************************************************************

Alejandro Páez Varela (Ciudad Juárez, 1968).

Periodista, escritor. Subdirector Editorial de EL UNIVERSAL, subdirector de El Despertador, empresa que edita las revistas Día Siete y Energía Hoy. Ha sido editor, consultor y funcionario de medios en todo el país. Co-autor de Los Suspirantes (Planeta, 2005), Los Amos de México (Planeta, 2007) y Los Intocables (Planeta, 2008). Publicó el libro de relatos Paracaídas que no Abre (Almadía, 2008), al que Laura de Ita, Polka Madre, Jaime López y otros artistas mexicanos pusieron voz y música. Su primera novela es Corazón de Kaláshnikov (Planeta, 2009); su último libro es La Guerra por Juárez (Planeta, 2009).

Blog: http://www.alejandropaez.net / Correo: alejandro.paez@eluniversal.com.mx

Cartón por Ector publicado en La Afición

*********************************************************************************************

domingo, 21 de febrero de 2010

[ EDITORIAL ]


.:: De Cuando el Cinismo Perdió su Honesto Nombre::.
[por :: Carlos Monsiváis]

I

El 16 de febrero de 2010, Francisco Rojas Gutiérrez, coordinador de la fracción del PRI en la Cámara de Diputados se jactó con alborozo: “Negociamos con el gobierno federal la aprobación del paquete hacendario —que incluyó un aumento al 16 por ciento del IVA y a 30 del ISR— y tapar el supuesto boquete fiscal de 2009 y 2010, a cambio de evitar una alianza del PAN con el PRD y de asegurar condiciones electorales equitativas”. Y añadió: “El PRI empujó la negociación para asegurar que la equidad en las elecciones de julio próximo se pudiera dar y también vimos el interés del país, y coincidimos ambos y así es”. Ante la pregunta de un reportero: “¿No es desleal, sucio, trabajar de esa manera? ¿Poner los intereses políticos sobre las finanzas de un país?”, Rojas Gutiérrez contestó: “No lo veo como usted dice, en el tiempo y en el país hay evidentemente cuestiones que se deben ir resolviendo sobre la marcha y casi todas en paralelo. Porque así es la vida del país, una circunstancia tras otra, un hecho tras otro”. Si éste no es un estadista, el Estado falló en vano.

* * *

El 16 de febrero de 2010 el secretario de Gobernación Fernando Gómez Mont, señaló: “Mis responsabilidades como funcionario demandan discreción para preservar la funcionalidad del gobierno y la estabilidad de régimen. Mi estrategia para negociar con el PRI la Ley de Ingresos fue una decisión personal de la cual no le informé previamente al presidente Felipe Calderón. Está en la lógica de un secretario de Estado tomar decisiones porque la lealtad que se le debe pedir a un funcionario es servir al gobierno y al Presidente y nada tiene que tener de todo informado…”

II

Si el oportunismo ha sido una técnica de salvamento, el cinismo ha conformado un gran prontuario de salud mental al alcance de los vencedores ganosos de sentido del humor, y de los sometidos ansiosos de mitigar o exorcizar sus derrotas. Cínico, de acuerdo al diccionario de uso del español de María Moliner, es la persona que comete actos vergonzosos sin ocultarse y sin sentir vergüenza por ellos, y admite estos sinónimos entre otros: cara dura, desfachatado, desvergonzado, fresco, impúdico, inverecundo, poca lucha, sin vergüenza, descarado. (El cómico Jesús Martínez Palillo en su rosario de insultos enderezados contra los priístas usó siempre inverecundo, pocalucha y méndigos).

En materia de ética y moral el cinismo constituye una de las garantías de “salud mental” de los priístas, probablemente la mayor. Uno de los primeros que lo establece con nitidez es el cacique de San Luis Potosí Gonzalo N. Santos con su apotegma: “La moral es un árbol que da moras o sirve para una chingada”. Y en la paremiología o ciencia de los refranes del cinismo priísta se enlistan joyas como la siguiente: “Detrás de cada político honesto hay una mujer mal vestida/ Hasta que le hizo justicia la Revolución/ Honrado, honrado, honrado, no lo es; honrado, honrado, tampoco; honrado puede que sí;/ Vino a gritarme a la oficina que el fraude era inadmisible. Le pregunté: “¿A ti te consta que las balas no te duelen?” Se salió hecho un corderito/ De un jactancioso a un priísta: “Yo nunca he votado por ustedes”. Respuesta: “¿Y cómo lo sabe?” Una variante: Llega un señor a la casilla que le corresponde y le dice al encargado: “Caray, por una razón y otra hace treinta años que no voto en la casilla de mi pueblo. Por fin, por vez primera, voy a poder hacerlo”. Y el encargado le contesta: “Eso cree”… Otra más: el representante del PRI se entrevista con un experto en fraudes que le enseña cómo manejar las bolas del sorteo de una discusión para que le toque la última y ya no haya réplica. El representante, nervioso, lo alega la presencia de cámaras y la posibilidad de ser descubierto. El experto le dice: “Ay licenciado, ¿y así como quieren que las cosas salgan legales?”. Otra: el encargado priísta de recoger las urnas ya selladas para llevarlas al local del partido insiste en la hora en que debe pasar por ellas, si a las ocho o nueve de la noche. Discuten, y entonces el representante del PRI le contesta: “Mire, si tanto le urgen, lléveselas desde la mañana. Yo pongo otra de relleno”. Una postrera: el gobernador viaja con frecuencia a la Ciudad de México y pregunta: “¿Y qué dicen de mí en la entidad?”. Respuesta: “Pues mi gober, dicen que nada más va a México a gastarse el dinero de los contribuyentes, a beber con vinos finos que a usted ni le saben, y a pasarla a toda madre con unas modelos impresionantes”. El gobernador reflexiona: “¿Y nada más eso dicen de mí?”. Contestación: “Nada más, señor”. El poderoso recapitula: “Bueno, pero ponte al alba, y al primero que caches diciendo una mentira me lo arrestas”.

La resistencia al cinismo se desgasta pronto en la medida en que es en sí mismo su crítica más feroz, y por eso, el lenguaje íntimo y casi público de los priístas se translada a la sociedad y el periodismo, y con rapidez deviene ánimo sincero, la verdad inevitable de los que nunca aspiran a la credibilidad. Un ejemplo del anecdotario de Leonardo Rodríguez Alcaine, líder del SUTERM. En 1978, Rodríguez Alcaine va a Tuxtla Gutiérrez, y es recibido en triunfo por la sección sindical. Entonan un himno compuesto en su honor (el mismo que cambiando el nombre y alguna cosa más entonan al llegar todo Visitante Ilustre). Y de improviso el líder de la sección pide silencio, extrae unas llaves de un automóvil de su saco y procede a entregárselo a don Leonardo mientras le declama la gratitud eterna de los chiapanecos. Obvia y fatalmente conmovido, el líder llora, se seca repetidamente los ojos y acepta el micrófono:

Compañeros, compañeros, amigos de la vida. Este acto de ustedes tan precioso, tan maravilloso, me conmueve profundamente. De veras se han aventado ustedes un puntacho de esos que duelen. Pero compañeros, yo no puedo aceptarlo, sería como aprovecharme de su nobleza, sé lo que les costó reunir el dinero. No y mil veces no, compañeros, no lo puedo aceptar... y por eso procedo a darle llaves del auto a mi hija que me ha acompañado.

III

Los pronunciamientos del panista Gómez Mont y del priísta Rojas Gutiérrez son de hecho esquelas del cinismo. No hay humor, no hay juegos de salud mental alguna, no hay la gana de burlarse de su propio comportamiento, así sea en privado y con anécdotas. Se presenta la solemnidad que cree no ser contemplada por nadie o, tal vez, no estar frente a una colectividad memoriosa o con capacidad de acción. Para esta mentalidad política, démosle este nombre, el cinismo ha sido una concesión a las masas o a esa distracción que es el sentido del humor. El cinismo desaparece cuando la impunidad es absoluta.

****************************************************************************************

Carlos Monsiváis es ante todo un hombre observador. Escritor que toma el fenómeno social, cultural, popular o literario, y que, con rápido bisturí lo disecciona, lo analiza, lo replantea; y a partir de ese análisis, lo redescubre al entrevistador. Cronista por excelencia, destaca por sus penetrantes y agudos ensayos en torno a la cultura nacional. Ha recibido diversos reconocimientos, entre los que destacan el Premio Nacional de Periodismo 1977, Premio Jorge Cuesta 1986 y el Premio Manuel Buendía en 1988.

****************************************************************************************

{texto publicado en El Universal, el domingo 21 de Febrero de 2010}
{http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/47450.html}